¿Y si el problema no son las ideas, sino cómo las gestionamos?

Todos hemos escuchado alguna vez que las buenas ideas mueren por mala implementación. Es una frase común, pero tremendamente cierta. En los últimos años he visto cómo, incluso con talento, creatividad y recursos disponibles, muchas iniciativas fracasan simplemente porque no existe una forma efectiva de llevarlas a cabo. Lo que está fallando no es la capacidad de imaginar, sino la capacidad de gestionar.
Seguimos operando con un modelo de management que fue diseñado para maximizar la eficiencia en fábricas del siglo XX, no para organizaciones que quieren aprender, adaptarse y crear valor en el mundo complejo e interconectado de hoy. Separamos la innovación del negocio principal, como si fueran dos mundos distintos. Por un lado, tenemos labs, incubadoras y programas de innovación que experimentan. Por otro, áreas operativas que miden su éxito solo en función de indicadores financieros y eficiencia. El resultado es una esquizofrenia organizacional que frena cualquier intento serio de transformación.
Por otra parte, vemos una ola de emprendimientos que no necesariamente buscan crear buenas empresas, sino más bien encontrar la oportunidad justa para hacer un “exit” y salir a disfrutar la vida en la playa. No hay nada de malo en querer seguridad o libertad, pero cuando el objetivo es simplemente forrarse y salir, lo que estamos premiando es el oportunismo, no el compromiso con un propósito o con la construcción de algo que valga la pena. A esto se suma una cultura de política pública que, aunque bien intencionada, muchas veces pone el foco en crear más startups, sin cuestionar el tipo de empresas que estamos fomentando, ni el modelo de gestión que las acompaña.
La innovación y el management están desconectados. Y mientras eso siga así, cualquier esfuerzo será limitado. No basta con tener buenas ideas ni acceso a capital. Lo que necesitamos es una nueva manera de hacer empresa. Una forma que integre la innovación con la operación, que valore la creación de capacidades tanto como los resultados, y que entienda que una organización es, ante todo, un sistema vivo que aprende.
Imaginar un nuevo management implica cambiar desde dónde hacemos empresa. Significa poner el propósito al centro, no como un eslogan, sino como guía práctica para decidir, actuar y evaluar. Significa que las políticas públicas no solo deberían financiar nuevas ideas, sino también exigir que las empresas desarrollen capacidades de transformación reales. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si las empresas estuvieran obligadas a tener una estrategia activa de corporate venture o innovación abierta? ¿Y si en vez de medir solo retorno financiero midiéramos también la capacidad de aprender, de colaborar, de adaptarse?
Crear empresas buenas —no solo rentables— exige coraje. Exige salir del piloto automático del management tradicional y diseñar nuevas formas de liderar, de organizar y de actuar. No se trata de emprender más. Se trata de emprender mejor.
Este es el desafío. Y también la oportunidad.