La delgada línea entre innovación y excelencia operacional: cómo diferenciarlas y priorizarlas

En el día a día de muchas organizaciones, especialmente en contextos industriales o de servicios complejos, se tiende a confundir dos conceptos fundamentales pero distintos: innovación y excelencia operacional. Si bien ambos pueden generar mejoras y resultados concretos, sus objetivos, impactos y alcances son completamente diferentes.
A través de mi experiencia liderando proyectos en Arauco y colaborando recientemente con equipos en Salfa, he observado cómo muchas iniciativas valiosas —aunque etiquetadas como “innovación”— responden en realidad a mejoras operacionales. Esta confusión, lejos de ser trivial, puede llevar a errores en la priorización, asignación de recursos o expectativas de retorno.
Dos caminos distintos para crear valor
Excelencia Operacional: El arte de perfeccionar lo que ya existe
Con raíces en la industria automotriz y metodologías como Lean o Kaizen, la excelencia operacional busca optimizar procesos existentes, reducir errores, eliminar desperdicios y mejorar la eficiencia. Es incremental por naturaleza.
Tiene una orientación interna: su único cliente es la empresa y sus procesos. Sus resultados son medibles, controlables y replicables. Por eso, en empresas grandes puede generar mejoras significativas —de hasta USD 500.000 o más en algunos casos— pero dentro de los límites del sistema actual.
Su mayor virtud es también su mayor restricción: puede mejorar, pero no puede reinventar. Llega hasta donde el proceso actual lo permite.
Innovación: Explorar lo desconocido para generar nuevos territorios de valor
La innovación, en cambio, implica crear nuevas áreas de valor para la organización. No se limita a procesos existentes, sino que apunta a desarrollar nuevos productos, servicios, modelos de negocio o incluso nuevas categorías de clientes y mercados.
Esta exploración conlleva riesgo, inversión, aprendizaje y una musculatura organizacional distinta. Implica esfuerzos comerciales, de marketing y adaptación interna.
A diferencia de la excelencia operacional, la innovación debe apuntar a generar retornos superiores a USD 1 millón para justificar el salto de incertidumbre y esfuerzo que implica.
¿Cómo diferenciarlas y priorizarlas?
A continuación, propongo una matriz de clasificación que permite mapear iniciativas según dos criterios clave:
- Impacto esperado (económico o estratégico)
- Plazo de implementación (corto vs. mediano/largo plazo)
Tipo de iniciativa | Impacto esperado | Plazo de implementación | Enfoque principal | Ejemplo típico |
---|---|---|---|---|
Mejora Operacional | Bajo – Medio | Corto (3-6 meses) | Eficiencia interna | Reducción de mermas en planta |
Excelencia Operacional | Medio – Alto | Corto–Mediano (6-12m) | Perfeccionamiento de procesos | Optimización de logística |
Innovación Incremental | Medio – Alto | Mediano (12-18m) | Nuevos productos o servicios conocidos | Digitalización de servicios existentes |
Innovación Transformacional | Alto (> USD 1M) | Largo (18-36 meses) | Nuevos mercados y modelos | Plataforma digital o JV en un nuevo sector |
Reflexión final: El desafío de balancear eficiencia con visión
Ambas rutas son necesarias, pero no pueden tratarse igual. La excelencia operacional es esencial para sostener el presente, pero solo la innovación permite construir el futuro.
Por eso, el desafío no es elegir una sobre otra, sino saber diferenciarlas, combinarlas y priorizarlas según el momento y la ambición de la organización.
Más aún, saber cuándo dejar de perfeccionar lo existente y atreverse a explorar lo nuevo —aunque sea incómodo— puede marcar la diferencia entre mantenerse competitivo o quedar atrapado en el pasado.